“¿Estudiamos las Escrituras a fin de aumentar nuestra fe y nuestro testimonio del Evangelio? ¿Somos honrados y verídicos en nuestros tratos? ¿Santificamos el día de reposo? ¿Cumplimos con la Palabra de Sabiduría? ¿Pagamos un diezmo íntegro?... ¿Somos virtuosos, limpios y puros de corazón, mente y acciones? “¿Luchamos contra los males que nos rodean?... ¿Tenemos valor para defender nuestras convicciones? ¿Podemos decir con sinceridad que no nos avergonzamos del Evangelio de Cristo? ¿Vivimos en paz con nuestros vecinos, evitando chismes, murmuraciones y rumores falsos? ¿En verdad amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos? “Si podemos contestar sí a todas estas preguntas, podremos decir entonces que nos hemos investido con toda la armadura de Dios, la cual nos protegerá del mal y nos preservará de nuestros enemigos” ( “Investíos con la armadura de Dios”, Liahona, agosto de 1979).
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