jueves

N. Eldon Tanner

Al reflexionar en las Navidades de mi niñez, viene a mi mente el recuerdo de que éramos pobres. Con ocho hijos por quienes velar, nuestros padres se las arreglaban bastante bien para proveernos alimento y vestido. Nuestros regalos de Navidad; eran por lo general hechos en casa, y no había muchos, pero nos divertíamos bastante. Gracias a nuestros nobles padres, intercambiábamos un gran amor mediante palabras y acciones.
El regalo más importante que recibimos —aunque en aquel entonces quizás no lo hayamos considerado así—fue un verdadero conocimiento de las muchas veces repetida historia del nacimiento de nuestro Señor y Salvador: Ese conocimiento y testimonio ha sido la base de cada celebración de la Navidad en la que he participado desde mi juventud. A través de los años, todos mis hijos y nietos que se pueden reunir en sus propios pequeños grupos familiares, dondequiera que se encuentren, dramatizan la historia del Niño Jesús y recalcan la importancia de este acontecimiento y su efecto en la vida de toda la humanidad.
Que podamos vivir siempre con el recuerdo agradable de lo que hemos hecho por nuestro prójimo en Navidades pasadas; que la presente esté llena con el gozo que se logra por guardar los mandamientos que nuestro Señor y Salvador vino a enseñar; que podamos continuar esperando ansiosamente otras más felices por ser generosas y compartir con otros nuestras bendiciones. Y que se pueda decir de nosotros que comprendemos el verdadero espíritu de la Navidad .

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