domingo

LAMENTOS EN EL MURO


Una reportera de televisión escuchó hablar de un anciano judío que había estado yendo a orar al Muro de los Lamentos durante muchos años, todos los días, sin faltar uno. Así que fue allá para comprobarlo.

Identificó al hombre fácilmente mientras se acercaba al Muro de los Lamentos.

Lo observó mientras oraba durante 45 minutos y cuando el viejito se estaba dando vuelta para irse, ella se acercó para hacerle una entrevista.

-"Discúlpeme, señor. Soy Rebecca Smith, reportera de televisión. ¿Cuál es su nombre?".
-"Morris Fishbein," respondió el hombre.
-"¿Cuánto tiempo ha venido usted, señor, al Muro de los Lamentos?".
-"Alrededor de 60 años".
-"¡60 años! ¡Es asombroso! ¿Y por quién ó por qué ora?".
-"Oro por la paz entre cristianos, judíos y musulmanes.”
“Oro porque terminen todas las guerras y los odios entre la gente.”
“Oro para que los niños crezcan como adultos responsables, amando a sus semejantes".
-"¿Y cómo se siente usted después de estos 60 años?" preguntó la reportera.
-"Como si le hubiera estado hablando a una pared", contestó el abrumado Fishbein. Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá; cualquier cosa que le pidáis al Padre en mi nombre os será dada, si es para vuestro bien; y si pedís algo que no os es conveniente, se tornará para vuestra condenación.

Cada vez que oramos, ¿tomamos el tiempo para escuchar, o solamente para hablar?
Nuestro Señor dijo:

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.

Esta promesa se extiende a todos. No existe ni acepción ni favoritismo de nadie; sin embargo, en ningún momento ha prometido el Salvador atravesar ninguna puerta. El sólo se pondrá frente a ella y tocará, mas si no escuchamos, no cenará con nosotros ni contestará nuestras oraciones. Debemos aprender a escuchar, a retener, interpretar y entender. El Señor permanecerá llamando a nuestra puerta, nunca se retirará, mas nunca se impondrá a sí mismo. Si nuestra cercanía a El empieza a disminuir, somos nosotros, y no El, los causantes de ello. Y si alguna vez fallamos en obtener una respuesta a nuestras oraciones, debemos examinar nuestras vidas para encontrar la razón. O hemos olvidado hacer lo que debíamos o es que hemos hecho algo que no debíamos. Lo más seguro es que hemos ensordecido nuestros oídos o deteriorado nuestra vista.

1 comentario:

Christian Buelna dijo...

Es muy cierto, El que tenga oidos para escuchar, y el que tenga ojos para ver......