miércoles

David O`McKay


El amor es tan eterno como el espíritu del hombre, y tal como la existencia de éste continúa después de la muerte, así también el amor.
Si las cosas terrenales son representativas de las celestiales, en el mundo de los espíritus reconoceremos, a nuestros seres queridos y los amaremos como los amamos aquí. Yo amo a mi esposa más que a cualquier otra persona; amo a mis hijos. Puedo tener comprensión y amor hacia todos los demás, como asimismo, deseos de ayudar a todo el género humano, pero quiero a aquélla con quien me he sentado a cuidar a un ser querido enfermo y aun a acompañar a otro en sus últimos momentos. Estas experiencias unen los corazones, al paso que es glorioso atesorar la idea de que la muerte no puede separar a los que así están unidos.
Cada uno de vosotros, los maridos, reconoceréis a vuestra esposa en el otro mundo y la querréis allí tal como la queréis aquí, y ambos os levantaréis a una nueva y sempiterna vida en la resurrección. ¿Por qué habría la muerte de separaros siendo que el amor continúa después de ella?
No debe ser así, no es necesario que lo sea. . . En la Casa del Señor, donde aquellos que son debidamente autorizados para representar a nuestro Señor y Salvador Jesucristo efectúan la ceremonia del matrimonio, realizan la unión entre marido y mujer y entre padres e hijos por el tiempo de esta vida y por toda la eternidad.
Este es uno de los sagrados propósitos de los templos.
Presidente David O. McKay  (Extracto de sus palabras, pronunciadas en la dedicación del Templo de Suiza)

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