sábado

Richard G. Scott

Observaréis que el antídoto para el egoísmo es el amor, especialmente el amor del Señor. El amor puede suprimir los efectos destructores del egoísmo. El amor engendra fe en el plan de felicidad de Cristo, provee el valor para comenzar el proceso del arrepentimiento, fortalece la determinación de ser obediente a sus enseñanzas, y abre la puerta del servicio dando entrada a los sentimientos de autoestima y de ser amado y necesitado.
Con el tiempo, con la ayuda de un obispo comprensivo y amoroso, completaréis el proceso del arrepentimiento. Entonces tendréis la paz y la seguridad, e incluso, el testimonio del espíritu, de que el Señor os ha perdonado. Para algunos, el alivio es instantáneo. Sin embargo, hay otros que no pueden perdonarse a sí mismos sus transgresiones pasadas, aun sabiendo que el Señor les ha perdonado. Por alguna razón se sienten compelidos a condenarse continuamente y a sufrir con el constante recuerdo de los detalles de errores pasados.
Si entre los que me estáis escuchando hubiere alguno en tal situación, ruego con toda mi alma que el Señor toque vuestro corazón y os haga meditar en Su declaración:
"He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y, yo, el Señor, no los recuerdo más.
"Por esto podréis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará."
¿No os dais cuenta de que el continuar sufriendo por pecados pasados, cuando se ha llevado a cabo el debido arrepentimiento y el perdón del Señor, no es algo del Salvador sino del maestro del engaño, cuya meta ha sido siempre enredar y esclavizar a los hijos de nuestro Padre Celestial?. Satanás os alentará a continuar reviviendo los detalles de errores pasados, sabiendo que tales pensamientos hacen que el progreso, el desarrollo y el servicio sean difíciles de alcanzar. Es como si Satanás atara cuerdas a la mente y el cuerpo a fin de manipularnos como a títeres, impidiendo de esta manera el progreso personal.
Os testifico que Jesucristo pagó el precio y satisfizo las demandas de la justicia por todos los que son obedientes a sus enseñanzas.
(Richard G. Scott Conferencia General 156)

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