“El aborto es una maldad cada vez mayor que nosotros impugnamos. Ciertamente sería difícil justificar el terrible pecado de un aborto premeditado. Es casi inconcebible que se cometa para evitar el bochorno, conservar las apariencias o escapar a la responsabilidad. ¿Cómo puede uno someterse a tal operación o participar en ella de manera alguna, aconsejándola o costeándola? Si pudiera encontrarse justificación en casos raros y especiales, no cabe duda que efectivamente serían inusuales. Lo colocamos entre los primeros de la lista de pecados contra los cuales vigorosamente amonestamos a la gente. “‘El aborto debe ser considerado como una de las prácticas más pecaminosas y repugnantes de esta época en la que estamos presenciando la espantosa actitud licenciosa que conduce a la inmoralidad sexual’ (Liahona, agosto de 1974).
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